¿Qué hay en una canción?
16 de mayo de 2015
Probablemente no sea una coincidencia que el amigo y partidario de Mikey desde hace mucho tiempo se llame John y que su versículo favorito sea del evangelio de Juan. Mikey cursa el último año de secundaria en el campus de Blue Ridge.
El verano pasado, fue al campamento después de escuchar las historias del año anterior. Tenía visiones de juegos al aire libre y de conocer a algunas de las chicas, pero Dios tenía mucho más planeado para él. Las dos primeras noches se fue a la cama agotado, pero la tercera, mientras escuchaba la música de alabanza, "...me encontré con Dios de una forma real que nunca antes había tenido y entregué mi vida a Cristo, sabiendo que él debía hacerse más grande y yo menos". Con Juan 3:30 resonando en su cabeza, relató su profunda experiencia al recibir el Espíritu Santo: "Cuando el Espíritu me bañó, me sentí realmente pequeño y me maravillé ante la belleza y la grandeza de Dios. En los momentos siguientes, me llevó a comprender los acontecimientos que me habían conducido a esto, las decisiones que había tomado encajaron y cobraron sentido. Sucedió mientras cantábamos y eso me abrió el corazón".
Antes, Mikey tenía conocimiento de él pero nunca se comprometió a seguirlo. "Supongo que era un poco perezoso, física y espiritualmente. Desde entonces, he cambiado el deporte por el baloncesto y el atletismo, donde corro el relevo 4x400 y los 800 metros. Es muy duro, pero me encanta porque una vez que pasas la línea de meta, te sientes realizado aunque quieras vomitar". Relaciona el atletismo con la vida cristiana, dispuesto a pasar el testigo del Evangelio por la línea de meta. "Estoy muy agradecido por el cambio que Dios hizo en mi vida y por lo bien que lo hace Summit con los estudiantes. Apoyo a Dios hablando en conversaciones que se ponen feas y ayudo a otros en la escuela que pueden ver el espíritu y el cambio en mí." Mikey espera crecer su círculo de amigos en Cristo en la universidad el próximo año y apreciaría sus oraciones para que eso funcione para él.
Por Karl Frank