El Evangelio y el servicio
Jesús es el siervo más grande que el mundo ha visto y el Dios a quien se debe todo nuestro servicio.
Jesucristo no tiene rival ni igual. Él es el Hijo de Dios, de quien, a quien y por quien son todas las cosas (Romanos 11:36), eternamente exaltado como el "heredero de todas las cosas" (Hebreos 1:2) que "sostiene el universo con la palabra de su poder" (Hebreos 1:3). No hay nadie más grande ni más alto.
Por su gran amor, se humilló por nosotros (Hebreos 2:9). Descendió de las alturas de los cielos y se vistió con ropas de siervo (Filipenses 2:7-8). Dios nos creó para servirle, y Él tomó nuestra forma para servirnos. El Hijo de Dios se hizo humano porque ama mucho a los seres humanos.
Luego, nos sirvió haciendo lo que nunca podríamos hacer por nosotros mismos. Conoció, amó y obedeció a Dios por encima de todo, desde su primer aliento en el pesebre hasta su último grito en la cruz (Filipenses 2:8). Vivió cada parte de su vida para salvarnos, sirviéndonos (Mateo 20:28). Resucitó, victorioso sobre el pecado y la tumba, para darnos las riquezas de su herencia (Romanos 8:17). Luego, ascendió de nuevo a los cielos (Hechos 1:9) para tomar asiento a la diestra del Padre, mientras espera que todas las cosas le sean subordinadas (Hebreos 10:12-13).
Ahora, nuestra única respuesta razonable a nuestro Dios amoroso y siervo es ofrecerle nuestras vidas como siervos suyos (Romanos 12:1). Él dio todo lo que es por nosotros, y nosotros le ofrecemos todo lo que somos.
Una forma primordial de servir a Dios es sirviéndonos los unos a los otros. El amor de Dios motiva su servicio, y se siente honrado cuando nos servimos unos a otros como expresión de nuestro amor.
Aunque la identidad de siervo es diferente para cada persona, Dios te ha dado dones específicos para que puedas dar de ti mismo por el bien de los demás. A través del servicio, todos crecemos juntos para ser maduros como Jesús (Efesios 4:13).