El Evangelio y la oración
Puede que la oración sea la actividad cristiana más básica. Nuestras oraciones nos forman a medida que crecemos en nuestra relación con Dios, tanto a solas como con nuestra familia eclesial. Aunque la mayoría de los cristianos estarían de acuerdo en que la oración es fundamental para nuestro crecimiento como discípulos, muchos de nosotros todavía nos preguntamos: ¿Pero cómo debemos orar?
Pues no somos los únicos. La buena noticia para nosotros es que Jesús nos dio instrucciones directas sobre cómo debemos orar, y sus instrucciones comienzan con el Evangelio.
Jesús dice: "Orad, pues, así: Padre nuestro que estás en los cielos...". (Mateo 6:9). Jesús nos instruye para que comencemos dirigiéndonos a Dios en nuestra relación más primaria con él como cristianos, y con un título que está en el centro de lo que él es: Padre.
Y eso nos plantea una pregunta: ¿Qué significa que Dios es nuestro Padre?
Dios es nuestro Padre por medio de nuestra creencia en su Hijo, Jesucristo. El Padre envió al Hijo que ama por toda la eternidad para que se hiciera humano, a fin de salvarnos. Mucho antes de que fuéramos creados, el Padre amaba al Hijo (Juan 17:25), y lo envió para que tuviéramos vida eterna en Él (Juan 20:31). Jesús vivió la vida que nosotros nunca podríamos vivir. Murió la muerte que merecíamos y volvió a la vida. Y a todos los que creen en él, Dios "les dio el derecho de ser hijos de Dios" (Juan 1:12). Ahora, en Jesucristo, clamamos a Dios como Padre (Romanos 8:15; Gálatas 4:6), y nos deleitamos en las inconmensurables riquezas de su amor hacia nosotros por medio del Evangelio.
Al dirigirnos a Dios como "nuestro Padre", reconocemos también que formamos parte de su familia. No es sólo mi Padre. Es nuestro Padre. Todo el que cree en Jesús es un hermano o una hermana, y eso determina nuestra manera de rezar. No rezamos sólo por nosotros, sino también por los demás miembros de nuestra familia evangélica. De hecho, en el resto de la oración de Jesús en Mateo 6, cada petición es en nombre de "nosotros", no sólo de "mí". Siempre debemos rezar unos con otros y unos por otros.
Cuando nos tomamos en serio las instrucciones de Jesús sobre la oración y rezamos a Dios como nuestro Padre, estamos declarando nuestra fe en el Evangelio, por el que nos hemos convertido en hijos de Dios. Recordamos nuestra esperanza en Jesucristo Hijo y nos acercamos con valentía a Dios, no como a una deidad lejana, sino como a nuestro Padre amoroso. Nos alegramos de que ahora derrame su vida y su amor sobre nosotros en Cristo, y participamos de ese amor junto con toda su familia evangélica.