«¡Es Navidad! ¡La época de la esperanza eterna!». Cada año, se me llenan los ojos de lágrimas al ver a Kate McCallister gritarle esta frase a un agente de billetes de avión agotado y sobrecargado de trabajo, en su loca aventura por llegar a casa antes de Navidad para reunirse con su hijo de ocho años. 

Aunque Solo en casa es otra película navideña (fantástica y divertidísima) que apunta al espíritu navideño sin llegar a dar en el blanco, esta frase es tan cierta como cualquier otra frase de película. La Navidad es la época de la esperanza perpetua. Pero no es el tipo de esperanza que uno saca a relucir en un momento de desesperación, con un discurso melodramático. La esperanza de la Navidad es lo que todas las personas de la tierra han buscado alguna vez: «¿Quién es digno de romper los sellos de este pergamino y abrirlo?». 

O, más concretamente, ¿quién puede mostrarme el sentido de la vida? ¿Quién puede decirme cuál es mi propósito? ¿Quién puede hacer que las cosas tristes dejen de ser ciertas? Al igual que el apóstol Juan, en algún momento todos lloramos amargamente, pensando que nadie puede responder a estas preguntas, que nadie puede arreglar lo que está roto a nuestro alrededor, que nadie puede ofrecernos la verdadera alegría. 

Y sin embargo.

Dios mismo consideró oportuno vivir entre su pueblo en forma totalmente humana. Para sentir nuestro dolor, nuestra lucha y nuestra tentación. Para morir por nosotros. Para asumir la vergüenza y todas las consecuencias de nuestra fragilidad. Él es digno. Él es la respuesta a todas estas preguntas y más. Él es nuestra esperanza perpetua. 

Y esta temporada es nuestro momento para recordar esa esperanza perpetua. Para recordar al mundo que Dios ofrece esta esperanza a todos los que la acepten, a todos los que crean. 

No se trata de creer en una posibilidad cálida y difusa de bondad humana o bien universal, sino de creer en el «poder, riqueza, sabiduría y fuerza» del «Cordero que fue inmolado» por nosotros. Porque el evangelio de que Jesús nació, murió y resucitó incluye el hecho de que algún día renovará todas las cosas. Reinará en perfecto esplendor, cumpliendo todas las esperanzas. 

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Considera invitar a un amigo (o reunir a tu familia) para ver Solo en casa (con pizza de queso y helados, por supuesto) y luego hablar sobre la diferencia entre la vaga esperanza de Kate y la verdadera esperanza de Jesús.